No te acabes.

Mientras tú me hablas de vasos vacíos que ya no se sostienen en pie,
yo acaricio las paredes en busca de un objeto punzante que me sirva para realizar ese acto memorable
que me honre
y te salve.

Busco estremecer a las generaciones futuras con la historia de cómo conseguí que alguien regresara a la vida soplando lejos sus ruinas.

Llevar a cabo el sacrificio heroico del que no se habla en los libros,
gritarte "mira, aquí tienes mi sangre, esto es todo lo que puedo darte"
hasta que las gradas hagan la ola y los hooligans canten mi nombre.

Quiero contarte la verdad:
mi narcisismo sigue ideando piruetas que mantengan
el orgullo indemne y justifiquen tanta malquerencia,
mientras tú

solo esperas que te abrace.

Y lo siento. Sé que te lo digo tarde -que es mejor que nunca-, pero por favor,

por favor,

no te acabes.

sxrx c

Te he vuelto a escribir, y quien dice escribir dice imaginar. Desnuda de espinas, como en aquella época en la que sonreía al verte llegar saliendo de tu coche. Como cuando ambos vimos karatekas teniendo un conflicto, y nuestros niños interiores andaban celosos de de ellos. Estabas guapísima. Nunca te he visto tan guapa como en ese entonces. ¿Te acuerdas? Aspiraba el aire al darte un beso para hacerme rabiar y me mordías el labio como preludio a cualquier baile entre sábanas. Esa cama era el castillo de cualquier princesa que tú te negabas a ser y yo a rescatar. Nosotros preferíamos ser perros muertos de hambre para tener permiso constante al no-ayuno. Para complacer al sexo que nunca llegaba tarde.

Te he vuelto a escribir, y quien dice escribir dice pensar. Una vez quise hacerte literatura y acabé revolviéndote las tripas como si jugase con elásticos y no con letras. No te quejaste nunca. Ni una sola vez. Amabas el dolor que te producía mi falta de educación; el odio energúmeno de saberte mía convencido de que jamás podrías serlo. Éramos de locos; quiero decir, nuestros. De tanto en tanto te llevabas alguna prenda mía para vestirte con ella y acababas sintiéndote hormiga con tal de hacerme a mí montaña. Me besabas dulcemente hasta hacer costra, porque aprendiste que peor que la cicatriz es querer salvarse de la herida.

Y quien dice escribir, dice no aguantar más. No me echas de menos, pero te acuerdas todas las mañanas de mis manos de cuervo. Vivían enamoradas de meterle mano a la ausencia latente de ti. La masturbaban hasta el orgasmo y era yo el que gemía volviendo a la vida. Como un atentado entre pecho y espalda. Después tú me observabas con los párpados como quien es cómplice del artista. Más tarde lo hacías con tus mares infinitos y a mí me daba por pensar que eran los únicos que sabían lo que miraba la muchacha de Dalí por la ventana.

Ojalá hubiese conseguido hacerte literatura y no sólo libro.

Te he vuelto a escribir. A manipular la nostalgia, el recuerdo. La desidia que me escama la piel y la cobardía. Te he vuelto a escribir y he vuelto a besarte el pelo, a olerte en las alturas de ese cielo raso en el que tú divagas. Te he vuelto a escribir para que tu arritmia siga latiendo al ritmo de mis dedos; para que mis dedos latan debido a tu taquicardia. Te he vuelto a escribir porque el crimen siempre vuelve al asesino. Para que nunca seas olvido ni cadáver ni polvo.

Te he vuelto a escribir.
Con el miedo infinito de que ya no me leas.

Insomnia.

Llevo varias noches teniendo sueños que al día siguiente recuerdo y me despierto convertido en pesadilla. Apareces en todos, pero no eres tú. Tampoco soy yo, pero me reconoces. Es extraño. No sé qué quiere decirme a este ras del suelo mi subconsciente ni si tienen algún significado que alguna pitonisa sabia y barata de la calle de al lado me sabría decir. No tengo ni idea porque he roto todas las bombillas de mi cuarto. En la mayoría de ellos aparecen manos con sangre y risas que me perforan la garganta. Amanezco afónico con la sensación de haber cometido un crimen por el simple hecho de despertar. Trato de analizar las imágenes intentando encontrar cualquier cosa que me dé alguna pista. Pero no aterrizo.

Dónde nos habremos metido ahora que ni en sueños somos los mismos.
Dónde te estarás escondiendo ahora que lo único que queda de mí, eres tú.

Me pregunto cuántos días de lluvia se necesitan para considerarlo olvido. Qué olvidos me harán falta para poder pronunciar tu nombre sin tartamudear. A quiénes tendré que besar para matarte. Cuándo volverás a morirte conmigo.

No contestes, no quiero saberlo.

Han pasado tantos días por encima desde que nos marchamos que sigo mirando el reloj por si llego tarde. Un día en esta casa son cuatro meses en mi mente mirando fijamente la puerta. "Vamos, ábrela". Pero lo único que pasa es que acabo dormido. Y sueño que suenan unas llaves y eres tú, que entras y te sitúas a mi lado. No me miras, pero comienzas a hablar y yo no puedo escucharte porque no reconozco tu voz. Y sigues hablando y hablando y moviendo las manos y los brazos explicándome lo que mi subconsciente me quiere decir; contándome el significado de estos sueños como haría la pitonisa de la calle de al lado. No nos miramos, ni siquiera giramos la cabeza. Nuestros cuerpos se mantienen de pie impasibles y apáticos, pero escucho carcajadas y siento como si mi alma me estuviese apuñalando por dentro para salir a encontrarse con la tuya, que trata de escapar con las uñas rasgándote y dibujándote arañazos en el pecho.

Entonces me despierto y sólo recuerdo manos con sangre y risas que me perforan la garganta.