Arde, como Troya.

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Si me lo pides, te hablo de París, Hamburgo o Barcelona
sin ni si quiera salir de debajo de las mantas.
Te escribo algo sobre tu espalda que cuente una historia
con mi lengua.
Te como la boca y te beso los dientes a deshora,
como intentando hacer que pase el tiempo
para que te quedes cinco minutos más.


Si tienes ganas, escuchamos una canción
y me bailas sin quitarte los zapatos
en la bañera.
Si lo deseas, vamos al mar y nos mojamos,
paseamos desnudos por la cocina,
o desayunamos las sobras de ayer en el sofá.

Si no te cansas, discutimos sobre el tiempo que pasea por las aceras,
sobre las margaritas amarillas que crecen en los bordillos,
sobre la cantidad de horquillas que te has puesto hoy,
y sobre lo valiente que eres mientras te escondes en mí
viendo una película de miedo.

Si me dejas, te estimulo el pensamiento,
nos echamos de menos
y a reír.
Si te apetece, viajamos con Tarantino
o nos ponemos a leer a Neruda.

Si tú quieres, hacemos el amor a bocajarro 
y descarados,
y ponemos música, tu música, para toda la ciudad.
Si lo prefieres, nos matamos por morir,
o decidimos que ya nos queremos lo suficiente
como para saltar a la vez.

Y, si no me lo pides, ni tienes ganas, ni lo deseas porque te cansas, 
y no me dejas ni te apetece, y ya no quieres ni lo prefieres;
no te escribo, ni te llamo,
ni te busco, ni te espero,
pero te sueño porque te quiero,
porque voy sin armas,
pero cargado hasta la lengua de balas de fogueo.
Esperando ansioso el momento de que vuelvas a comerme la boca
como si fuésemos Troya
y nos viésemos arder.