Los carteles ya no rezan a nadie.

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Cuando tengas un rato, dame la mano.
Yo pongo la lluvia,
y así nos paseamos las heridas
por el circo oxidado de los poemas que vuelven.
Vuelven los insomnios a estar a solas
con el frío de debajo de las mantas.
El teléfono vacío de tu número
de emergencias dolor y emergencias amor
(igual de urgentes).

Vuelve el día que siempre llega.
El día en que desmontan la magia,
y las mariposas del estómago ya sólo son zombies.
Los diccionarios hablan de amputar,
desarraigar,
alejar…
Y yo doy portazos con las tapas de los libros
a las palabras,
y camino los destrozos, de tu mano,
por entre las calles de carpas caídas
y hogares ambulantes en ese punto muerto
entre la visita y la huída.

Casas vacías, desmontadas y dormidas.
Luces apagadas. Música en silencio.

Los carteles ya no rezan a nadie.
El enorme dinosaurio ha perdido su poder,
y ahora traga tierra con las raíces arrancadas,
pero más en el suelo que nunca.
Cuando desperté
ya no estabas allí.